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La barra de nosotros mismos

Los vi en la plaza de Estella sus rostros de rabia y angustia a partes equilibradas. Blandían impotentes sus A3, sus A4 ofreciendo al cielo y los transeúntes su experiencia en hostelería. Todo dolor hermano es nuestro dolor. Trato de hacer mío ese sufrimiento y por supuesto deseo que el problema se resuelva y su situación mejore. Quienes no servimos bebidas frías y calientes en las mesas de aluminio, tenemos el deber de ofrecer tragos de esperanza bien viva en la terraza más ancha de nuestros días, de ver la oportunidad en medio de una triste plaza de extraño otoño, de buscar la contrapartida de luz donde a menudo sólo se observa desazón.

Sí, tenemos la oportunidad durante quince días de aproximarnos a otra barra, la de “nosotros mismosâ€, ese mostrador olvidado que nunca cierra, de acercarnos a ese encargado tan cercano como desconocido En medio del inmenso ruido de nuestro tiempo, quince días de silencio quizás puedan hacernos bien. Con o sin cerveza, con o sin "pincho" de por medio, mejor en soledad, llegarnos a nuestro propio mostrador, descubrirnos un poco y entablar soliloquio olvidado, afrontar reconciliación pendiente.

La hostelería y la restauración puedan levantar la persiana de sus establecimientos en la mayor brevedad. Que logren equilibrar el balance de sus preocupantes cuentas es mi deseo de corazón. Podamos también cuanto antes elevar la persiana más cerrada, más atascada de nosotros mismos, seguir descubriendo quién pide el “carajillo†tan cargado, quién se fuga tan a menudo a la barra compartida, quién realmente somos... Defender el espacio social, sin descuidar el más íntimo, nos puede ayudar en esta crisis tan generalizada.

Artaza 23 de Octubre de 2020

 
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